viernes, 24 de febrero de 2012

LA FORMA TRADICIONAL DEL PODER

Enlazamos este artículo publicado por la Revista Dikaion de la Universidad de La Sabana, Colombia.

«...Para Dahrendorf la relación entre poder centralizado y mutabilidad de las normas es estrecha. Sin el primero, sería ilusoria la segunda. Y donde la segunda no es contemplada ni buscada, el primero queda reducido a su mínima expresión; como así también la posibilidad de que se produzcan cambios sociales o alteraciones políticas radicales [...] cuando, como en el caso de los Amba, encontramos una estructura de la dominación compuesta por funciones solo consideradas ejecutivas (gubernativas, diríamos mejor) y judicativas, nos las habemos con una sociedad de tipo tradicional, en su estricto sentido. El término sociológico 'traditional' resulta apropiado para esta clase de organización política dado que, precisamente, esas normas que el poder recibe, custodia y aplica provienen ya de la historia, ya del pasado mítico. En una palabra, la ley está en la tradición, y la costumbre es Derecho...» 

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Ralf Dahrendorf


Carl Schmitt



San Luis Rey

lunes, 7 de noviembre de 2011

PRESENTACIÓN DEL LIBRO: EL PODER EN VITORIA Y SUÁREZ



ACADEMIA NACIONAL DE CIENCIAS

MIÉRCOLES 23 DE NOVIEMBRE
17:30 hs.

PRESENTACIÓN Y DISCUSIÓN DEL LIBRO

INTERPRETACIÓN DEL PODER EN VITORIA Y SUÁREZ
de 
SERGIO RAÚL CASTAÑO
(EUNSA 2011)

PANEL A CARGO DE:
RAÚL MADRID
LAURA CORSO DE ESTRADA
LUIS E. ROLDÁN
Y
EL AUTOR


***
Av. Alvear 1711
Buanos Aires


 



viernes, 21 de octubre de 2011

LA IDEA DE CRISTO REY




"La idea de Cristo Rey y la humanidad actual"

por Emilio Komar

[Alocución del Profesor Komar en ocasión de la celebración de Cristo Rey del Universo, en Slovenska Hiša (Casa Eslovena), Buenos Aires, 26 de noviembre de 1978. La presente versión castellana es traducción de un distinguido miembro de la comunidad eslovena de Bariloche, el Dr. Estanislao Zuzek, a instancias del autor de este blog y del Prof. Héctor H. Hernández, quien lo publicó -primera vez en castellano- en el nº 15 (2008) del Diario Especial de Filosofía del Derecho del diario El Derecho, del que es Director.]


Celebramos hoy la Festividad de Cristo Rey. Seguramente el reinado de Cristo no es una de esas verdades de la fe que al cristiano de nuestra época, a pesar de su comprensibilidad evidente, no le causarían dificultades, cuanto más aun al no-cristiano. Por esta razón trataremos de mostrar, según nuestras posibilidades, su significación y su vigencia actual y, con ello, el sentido de esta festividad que hoy celebramos.

LA HISTORIA ACTUAL ES HISTORIA FILOSÓFICA

La historia de los últimos dos siglos es historia filosófica; esto es historia de los enfrentamientos y luchas entre diversas ideologías, ideas contrapuestas y filosofías. Algo parecido esto no podríamos decir ni de la historia antigua ni de la Edad media y tampoco de la era moderna anterior al siglo XVIII. Por ejemplo, la filosofía de los griegos no tuvo ningún rol en la Guerra del Peloponeso. La tan altamente evolucionada filosofía del Medioevo influyó en muy pequeño grado en los acontecimientos políticos de la época. Quizás podría hablarse solamente de una difusión indirecta de las ideas filosóficas en la vida política medieval. La luchas políticas y religiosas en los primeros siglos de la era moderna muestran también una muy baja participación de los ingredientes filosóficos. La situación cambia radicalmente de cariz en el siglo XVIII, con el surgimiento del iluminismo. La Revolución francesa fue precedida por los escritos de Montesquieu, Voltaire, Fontenelle, Rousseau, la monumental obra de la enciclopedia francesa, los tan detalladamente preparados “círculos filosóficos” por toda la Francia; dicho en pocas palabras: [la revolución francesa] fue preparada por la nueva filosofía. El liberalismo iluminista, que por intermedio de la revolución francesa se expandió por toda Europa, no fue solamente una corriente de intereses políticos, sino una manifiesta nueva ideología (visión del mundo). El tradicionalismo romántico que le hizo frente, fue a su vez también, más que cualquier otra cosa, la expresión de una filosofía opuesta al liberalismo. En la primera mitad del siglo XIX aparece la tercer corriente de pensamiento, que toma algo de las dos precedentes y las amalgama en una sintesis nueva: el socialismo. Por un lado, éste se considera como la prolongación de las ideas más hondas de la revolución francesa y, por otra parte, lucha contra la burguesía que (gracias a esa revolución) accedió al poder. En la misma época aparecen los gérmenes de lo que fue después el nacionalismo, en sus diversos matices. En los albores de nuestro siglo [s. XX] nace en Italia el movimiento fascista y algo más tarde el nazismo en Alemania. A cada uno de éstos los apadrina una filosofía que, a través de una política acorde, ve en ello la manera de verse realizada en la práctica. El compañero de Marx, Engels, caracterizó este trasfondo filosófico – en lo que respecta al marxismo – con una expresión plástica de que “el proletariado europeo es heredero de la filosofía clásica alemana”. Esto implica, (ser heredero de) Kant, Fichte, Schelling y, fundamentalmente, de Hegel. Los movimientos demócratas cristianos tampoco le escapan a esta caracterización genérica. Su mayor promotor fue el papa León XIII por intermedio de sus encíclicas sociales y políticas. Por otra parte el mismo León XIII es considerado como el máximo filósofo católico del pasado siglo. Según las propias palabras de León XIII, la encíclica social Rerum novarum y la encíclica sobre el resurgimiento de la filosofía de Santo Tomás de Aquino, Aeterni patris, están muy profundamente relacionadas entre sí.

EL NUEVO ORDEN ARTIFICIAL EN CONTRA DEL ORDEN NATURAL

Si nos pusiéramos a buscar un denominador común a las corrientes filosóficas desde el iluminismo francés del siglo XVIII en adelante hasta las novísimas manifestaciones de la nueva izquierda, como el eurocomunismo, neoiluminismo, la “sociedad abierta” de Popper, etc. encontraríamos en la mayoría de las veces una preocupación por un nuevo orden artificial humano, presuntamente superior al precedente y, junto a esto, una total falta de aprecio por el existente orden natural. Tenemos presente en la mente en primer lugar a los movimientos de inspiración no cristiana, aunque no solamente aquéllos.

Pues, también numerosas corrientes de, al menos, base cristiana ignoran en mayor o menor grado la función del orden natural y focalizan su atención hacia el orden artificial, impuesto por el hombre. [...] Para los años recientes podríamos citar la progresista “teología política” del teólogo católico alemán J. B. Metz, en el marco de la cual se hace imposible hablar del orden natural y de sus exigencias.

Un orden así, que no se subordina y no coopera con el orden natural, como el que se manifiesta en la misma creación divina, es esencialmente un orden externo; esto es. a una dada realidad le es aplicado un orden de afuera. Es cierto que los viejos iluministas hablaban frecuentemente del orden natural, pero en las categorías del iluminismo lo “natural” significa simplemente lo opuesto a lo “sobrenatural” y no un cierto orden natural, considerado desde un punto de vista realista, como un orden inscripto en la cosa misma, cuyo origen obviamente sólo puede ser sobre-humano.

DESDE LA NEGACIÓN DEL ORDEN NATURAL HASTA EL ENDIOSAMIENTO DEL PODER Y DE LA FUERZA

Patentemente o no, el sólo hecho de la negación del orden natural implica para el negador que la realidad existente es solamente un material, una masa informe, que únicamente va a cobrar significación sólo después que el hombre le imprima un ordenamiento externo. La negación del orden natural ya constituye una especie de materialismo; no ése que predica que todo es sólo materia y que no hay espíritu; sino aquél otro, al parecer más difundido y peligroso que el primero, puesto que mira a la realidad como un material al que es necesario transformar. Esta falta de sentido y familiarización o compromiso para con la realidad, la insensibilidad para con su significación y sus valores, pone al descubierto el íntimo carácter materialista de tal forma de pensamiento.

Entonces, si no hay ningun orden natural objetivo, que pudiera ser seguido por los intentos de implantación de un ordenamiento artificial, todo ordenamiento artificial es igualmente justificable y el debate sobre la conveniencia y justicia es necesariamente transferido al terreno de la fuerza, violencia y poder. Si todos los ordenamientos artificiales están fundamentados igualmente, vencerá aquél que venga acompañado de más fuerza. Esto lo dijo claramente Nietzsche, cuya filosofía de la fuerza y poder puros es la consecuencia lógica dela negación de todo orden natural. Nietzsche manifestó sin pelos en la lengua lo que los demás envolvían en hermosas palabras engañosas: solamente se trata de la supremacía (como predominio). Ésta cuestión es la única. Y por esto es Nietzsche insuperable en esta línea de pensamiento. Ninguna de las corrientes de pensamiento que niegan el orden natural, en razón de su consistencia lógica, puede soslayar a Nietzsche.

EL COMBATIVO PAPA PÍO XI

En un contexto así, la paz duradera se hace imposible. Esto se evidenció después de la Iª guerra mundial. Los vencedores no actuaron en profundidad. El gobierno republicano francés prosiguió aferrado a su rutinaria filosofía iluminista. En Italia ascendió al poder el movimiento fascista con un programa y orientación que conducían necesariamente hacia conflictos y violencia. La Alemania humillada con la derrota ya estaba preparando la revancha: habiendo sido su expresión más manifiesta el inminentemente triunfador partido de Hitler. En Rusia, después de la muerte de Lenín el bolchevismo se venía preparando para el advenimiento del proceso de consolidación interna del estado, el cual concluyó con las purgas de Stalin. Parecía que todo el Mundo estaba buscando la salvación de sus dificultades en la violencia, la supremacía y el poder. Las erupciones extremistas de tal estado de ánimo no eran casos aislados sino manifestaciones muy remarcadas y enteramente expresiones de la filosofía política predominante en general.

En el marco de este estado de cosas, a fines del año jubilar de 1925 sale a la luz la encíclica Quas primas, instaurando la festividad litúrgica de Cristo Rey y que en su preámbulo proclama el dogma de fe sobre el reinado de Cristo. El papa Pío XI recordó al Mundo que Cristo es el único y verdadero gobernante del mundo y de su historia. ¡Que la humanidad no olvide esta fundamental verdad! Toda la lucha por el poder, toda la voluntad por la fuerza y por el poder (Wille zur Macht se titula la obra principal de Nietzsche) carecen de sentido, todo ordenamiento humano del mundo, que no coopera con el orden natural, dado por Dios, está condenado al fracaso. Puede causar mucho mal, pero no puede crear nada que sea verdaderamente duradero. Esta proclamación fue un acto manifiestamente inconformista y profético del magisterio supremo de la Iglesia. En esta incesante carrera por el poder y control, ¡el Mundo no tiene razón! ¡Que el mismo se dé cuenta y se convierta y que reconozca a Cristo, que todo lo abarca y que a todos incluye!

La figura de Pío XI es para las generaciones actuales casi desconocida. En cambio, a nosotros, que crecíamos en esa época, nos quedó grabada en la memoria como una personalidad excepcionalmente decidida y luchadora. Como estudiantes leíamos sus recuerdos de montañista, admirabámos sus ascensiones en los Alpes de Lombardía, las descripciones de sus osadas proezas de montaña durante su desempeño en Milán como bibliotecario de la “Ambrosiana”. Como papa fue decidido y denodado para con con los poderosos de este mundo: no tenía miedo en decirles en cara la verdad. El embajador de Italia ante la Santa Sede, prof. Cesare Maria Vicchi di Val Cismon, amigo de Mussolini, relata en sus memorias que cierta vez Pio XI lo convocó encargándole para que le diga a su jefe, de que al papa le causa repugnancia su comportamiento de semidiós, al comportarse como si estuviera suspendido entre el cielo y la tierra… “Dígale a su líder que este comportamiento le repugna al papa. Con estas palabras: ¡Que al papa le repugna!” En momento oportuno el embajador le transmitió esto a Mussolini. A lo cual éste guardó silencio, reflexionó y luego tranquilamente expresó: “El papa tiene razón”. Cuando la visita de Hitler a Roma, un poco antes del inicio de la guerra, Mussolini dispuso que la ciudad fuera iluminada “a giorno”. A su vez, el papa determinó que todos los edificios pertenecientes a la Iglesia permanecieran en oscuridad total. Esas grandes manchas negras en el mar de luz clamaban que la Iglesia piensa distinto. Y nada ocurrió.

La juventud de entonces veía en la idea de Cristo Rey la expresión de ese espíritu de lucha y por ello en sus bocas con el grito de “¡Viva Cristo Rey!” morían los mártires en México y durante la revolución española, al igual que más tarde en nuestro suelo [se refiere a las víctimas de la revolución comunista en Eslovenia durante la IIª Guerra Mundial y en los años subsiguientes]. La idea de Cristo Rey guiaba también a católicos alemanes y austríacos en su lucha de resistencia contra el nazismo. Justo antes del inicio de la IIª Guerra mundial transcurría en Ljubljana el majestuoso Congreso internacional de Cristo Rey, organizado por el movimiento universal, surgido gracias al libro del ya difunto prelado esloveno Janez Kalan El Mundo para Cristo; libro de autor esloveno, que fue traducido en esa época a la mayoría de los idiomas y al cual, muy pronto, el régimen de Hitler incorporó en la lista de libros prohibidos.

La IIª Guerra Mundial y los grandes cambios que la misma generó, desplazaron el dogma del reinado de Cristo del centro de atención del mundo cristiano. La historia es como una sinfonía, como un largo poema, al decir de San Agustín no todos los motivos suenan a la vez y a lo largo de toda la poesía no resuena el mismo motivo. Ahora que la Iglesia es gobernada por el luchador e intrépido arzobispo de Cracovia, parece que están retornando (a sonar) motivos acordes de lucha, que nuestros días pasaron a ser otra vez días de un catolicismo activo, de lucha. Pero, ¡cuidémonos! ¡Que no aparezca como que el reinado de Cristo sea una versión católica de Wille zur Macht! El reino de Cristo no es de este mundo, lo trasciende, es trascendente pero también se extiende a este mundo, se mete en el corazón de las cosas y personas, pero que no debemos confundirlo [esl: zamenjavati ga] con ninguna de las fuerzas políticas temporales. Esta verdad de fe es demasiado honda como para que pueda encontrar en actitudes superficiales, seculares, triunfalistas, una expresión externa apropiada.

¿PORQUÉ ES CRISTO EL REY DE TODA LA CREACIÓN?

¿Y cuáles son los títulos filosóficos y teológicos que fundamentan y justifican el reinado de Cristo sobre toda la creación?

1 – Primero. Podríamos decir que Cristo es rey por derecho de nacimiento. El reinado sobre la creación le incumbe en principio al Dios Trino como tal, pero de manera especial le pertenece a la Segunda Persona, al eterno Verbo y Sentido. Esto lo expresa la discípula de Husserl, convertida al catolicismo y, luego, carmelita Edith Stein, muerta en Auschwitz, para quien está en curso el proceso de beatificación [El papa Juan Pablo II beatificó a Edith Stein el primero de mayo de 1987, en Colonia (Alemania) y la canonizó el 11 de octubre de 1998, proclamándola como copatrona de Europa]: Habíamos hablado de la doble faz de la Palabra como esencia divina que toma conocimiento de sí misma – esto es la imagen del Padre – y como arquetipo y principio de toda la creación, puesto que la idea de la creación – como todo lo que está en Dios – está desde siempre; por ello la Palabra (Logos) y la creación se corresponden desde siempre, a pesar de que la creación tenga su comienzo en el tiempo y que en el mismo transcurra su desarrollo. Al engendrar el Padre al Hijo, pronuncia la Palabra, le entrega la creación, según estaba previsto desde la eternidad. Y en ello están previstas tanto la diversidad de todo lo existente, como la totalidad reglada y ordenada, como asimismo el ser de cada parte constitutiva, que es particular y, sin embargo, conformada a la totalidad (Endliches und ewiges Sein, pág. 326).

2 – Luego es Cristo también rey de toda la creación por derecho adquirido, puesto que con su sangre ha redimido y liberado no solamente a la humanidad sino a todo el universo del lastre del mal, puesto que según las tan conocidas palabras de Pablo que toda la creación gime bajo el yugo del pecado. Esta es la idea que se encuentra tan cabalmente expresada en la oración del ofertorio y que dice: “¡Oh, Dios, que tan admirablemente has creado la dignidad de la naturaleza humana y aun más admirablemente la has renovado!” Esta renovación por la sangre de Cristo es como una nueva y más maravillosa creación.

3 – Por encima de todo, según enseñan los teólogos, a Cristo le fue dado positivamente todo el poder, legislativo, judicial y ejecutivo, según consta en numerosos pasajes de los Evangelios y Hechos de los Apóstoles. “Me fue dado todo el poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18). Es por esto que Cristo es el verdadero gobernante de toda la creación, Pantokrátor, al decir de la liturgia cristiana de rito oriental. Ninguna cosa puede escaparle a su reinado, puesto que el sentido y el valor de toda cosa existente no es otra cosa que la participación, a modo de un reflejo pálido y lejano de su Sentido y Valor infinitos. Al decirlo así de que Él gobierna desde adentro de las cosas mismas, puesto que de Él provienen, en Él existen y hacia Él tienden. Por esto su reinado no constituye una carga sino que libera, puesto que cada creatura es solamente un cierto reflejo de su plenitud existencial. Si [la creatura] no se le asemeja, [ésta] no se asemeja a si misma. Por ello, en el siglo XII enseñaba San Bernardo respecto del hombre: “Si se asemeja a Él, se asemeja a sí mismo; si a Él no se asemeja, no se asemeja si mismo”. En razón de ello justamente, puesto que de Él todo depende, que nada puede escaparle a su poder que todo lo abarca, es tan afable su reinado [que no constituye carga, no opresivo]. “Tu, Señor que amas la vida, eres indulgente con todo, por ser tuyo” (Sab 11, 26). [Según Biblia de Jerusalén, versión en castellano, el versículo correspondiente dice: “Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida”]. Su Sentido, Sabiduría, que todo lo incluye e impregna, es “espiritu afable” (Sab 1, 6) [Según Biblia de Jerusalén, versión en castellano, el versículo correspondiente dice: “La sabiduría es un espíritu, que ama al hombre”].

EN DIOS NO HAY VIOLENCIA, NADA CONTRA LA NATURALEZA

La violencia es una presión proveniente del exterior y con la cual, al que le es aplicada, no colabora (cf. Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1,3, 1110 a), puesto que si cooperaba ya no podría hablarse de violencia. De ahí el origen del principio jurídico “Volenti non fit injuria – el que asintió no sufre violencia”. Por esto en Dios, que es infinita y autosuficiente perfección, “no hay violencia, no hay nada contra la naturaleza” (Sto. Tomás, Contra gentiles, L. I, c. XIX). Por ello también en el reinado de Cristo, que manifiesta la esencia y gloria divina en la creación, no existe ninguna violencia y nada contra la naturaleza. ¿Y el pecado? ¿No es acaso producto de la corrupta naturaleza humna? El pecado no es la manifestación de la naturaleza humana, sino de la libre voluntad, que no acepta el orden natural y que no coopera con el mismo. El pecado es algo artificial, antinatural. Únicamente seres libres, como lo son los ángeles y los hombres, pueden pecar. Con el pecado es introducida una discordancia en la inconmensurable armonía de la creación divina y, con ello, la violencia. Quien en la creación y en la historia no ve la armonía, quien no quiere ver el profundo orden natural aún debajo del desorden de la historia se opone (rechaza) a la evidencia y la luz y, por eso, ya peca. [En adelante, transcripciones directas de la Biblia de Jerusalén:] “Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento; el día al día comunica su mensaje, y la noche a la noche transmite la noticia. No es un mensaje, no palabras, ni su voz se puede oir” (Salmo 18 [19, según B. de J.) Quienes no ven este orden, según san Pablo, no tienen justificación: “Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras; su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en vanos razonamientos y su insensanto corazón se entenebreció, jactándose de sabios se volvieron estúpidos… “ (Rom I, 1, 20-22). El reconocimiento de este órden y el alcanzar así la sabiduría, que es reflexión de la infinita Sabiduría, no es difícil; no es algo que esté más allá de la capacidad del hombre. “Radiante es la Sabiduría, jamás pierde su brillo. Fácilmente la contemplan los que la aman y la encuentran los que la buscan. Se anticipa a darse a conocer a los que la anhelan. Quien por ella madrugare, no se fatigará, que a su puerta la encontrará sentada”. (Sab 6, 12-14). Y el laureado con el premio Nobel, el físico atómico Werner Heisenberg confirma lo mismo, en base a su profunda experiencia científica: “La naturaleza está creada de tal manera – y de esto estamos persuadidos – que la podamos comprender; quizás debería expresarlo al revés: nuestra inteligencia está conformada como para que pueda comprender a la naturaleza. Las mismas fuerzas ordenadoras, que han conformado la naturaleza en todas sus formas son también las responsables de la conformación de nuestra alma y, con ello, de nuestras posibilidades cognoscitivas” [W. Heinsenberg, Der Teil und das Ganze, versión en castellano: Diálogos sobre física atómica, B.A.C., Madrid, p. 128]. Quien quiera esté dispuesto a conocer el orden natural puede conocerlo.

DOS FILOSOFÍAS, DOS POLÍTICAS

De estas dos filosofías, de ésa que descubre y conoce siempre en mayor profundidad el orden natural y de aquélla que ve en la realidad dada sólo el material para las creaciones y ordenamiento por el hombre, se siguen dos polìticas, dos profundas actitudes que perfunden [en esloveno: prevevata] luego en todo pensamiento y acción. De la primera emerge el requerimiento por la sabiduría, que va descubriendo el sentido velado de las cosas, personas, situaciones y sucesos y es por ello abierta al aprendizaje y a toda la realidad, con la cual y con su orden coopera y va construyendo su accionar mediante la cooperación con el órden interno de las cosas. Su lema es el antiguo principio escolástico: “Ars cooperativa naturae – La obra artificial es sólo la cooperación con la naturaleza”. En razón de ello no es materialista, puesto que no se dedica al ordenamiento de un material-sin-sentido sino que completa la realidad, la cual ya está plena de sentido y valores. A ésta la respeta y se compenetra de la misma; en esto se revela su realismo profundo: es por ello que no es violenta. La “Magna charta” de esta sabiduría política, que excede los confines estrictos de la política, es el Libro de Sabiduría de Salomón.

Aquella otra filosofía que no ve y que no quiere ver el orden natural es, por lo tanto, necesariamente violenta, puesto que está imprimiendo desde afuera su órden a la realidad dada, No hace falta que sus ejecutores sean personalmente crueles; la crueldad yace ya en la concepción básica. Hegel es autor de la expresión horrible: “La violencia es la manifestación de la fuerza, más bien como algo externo… Por consiguiente, sobre el que padece la violencia, no sólo que es posible ejercer la violencia, sino sobre aquél la violencia debe ser ejercida” [Hegel: Wissenschaft der Logik, II, 3, 3: Wirkung und Gegenwirkung]. Puesto que si la cosa carece de sentido interno, debe serle impreso el sentido desde afuera. En Hegel abrevaba Lenin y, por intermedio de Gentile, también Mussolini, y que no hablemos de los alemanes. En, particular, tomemos en consideración solamente nuestro destino! [el autor se refiere a la trágica realidad de la nación eslovena]. La política que emana de esta filosofía no es una sabiduría realista sino más una bien táctica y técnica del poder y de la supremacía. Cómo ya lo hiciéramos notar antes, en este rumbo Nietzsche escribió las últimas e insuperables palabras.

LA IMPOTENCIA DE LA VIOLENCIA

La violencia no es fuerza genuina. Enseña la psicología [esl: globinska psihologija] que el hombre violento es, en el fondo, inseguro. Las memorias políticas publicadas después de la guerra, así como los documentos políticos secretos, mostraron cuánta inseguridad hubo en los círculos más encumbrados de los regímenes de terror y cuántos errores hubo que los adversarios los habían tomado como oro puro, en cuanto a su sólo brillo. El orden natural es invencible y el reinado de Cristo no puede ser comparado con ningún poder o fuerza humanos. Y aunque parezca como que las fuerzas del mal predominaran, es eso un parecer solamente; este parecer puede durar mucho tiempo y se hace difícil de soportar pero, en el fondo, la conformación de la creación na ha sido alterada en nada. La verdad del reinado universal de Cristo debe darnos, toda vez que la pensamos y nos compenetramos con ella, una profunda e inconmovible paz interior y con ello la seguridad y fortaleza. La seguridad íntima es lo que más añora el hombre ateo. Justamente, el desasosiego de su corazón, al cual no quiere reconocer ni encararse con el mismo, lo impele hacia la violencia: en forma obsesiva debe probarse a sí mismo una y otra vez su fuerza y poder. Sin embargo, en vano: toda la creación está en contra de él. “El universo, en efecto, combate a favor de los justos”. (Sab 16, 17). En el siglo XIII San Buenaventura – filósofo y teólogo franciscano, que tradujo al lenguaje teórico la experiencia de vida de San Francisco de Asís, el poeta y místico de la creación divina - escribió: “Aquel a quien la luz que emana de las cosas creadas no lo domina [en esloveno: prevzame], es ciego; aquel a quien no lo despiertan esas voces tan fuertes como son las voces de las cosas creadas, es sordo; quien a la vista de tanta magnificencia no siente la necesidad de alabar a Dios, es mudo; y quien en presencia de signos tan grandes no se da cuenta de que debe existir un Primer Principio, es verdaderamente un necio. Abre, pues, tus ojos, acerca el oído de tu alma, abre tus labios y no sujetes tu corazón, puesto que en todas las cosas creadas puedes ver, oír, loar, amar y adorar, magnificar y glorificar a tu Dios, si no, todo el universo se levantará contra ti. Así está dicho en las Sagradas Escrituras: “Y el universo saldrá a pelear con él (Dios) contra los insensatos” (Sab 5, 21). En cambio, el universo será el comienzo de la gloria para los sabios que podrán exclamar con el salmista: “Con tus hechos, oh Yahvéh, me regocijas” (Sal 91, 5). “ (Itinerarium mentis in Deum, 1º capítulo, in fine) [Edición en esloveno: sv. Bonaventura: Potovanje duše h Bogu, Brat Frničišek, Ljubljana, 1999, cfr. p. 45] . En esto consiste la fuerza misericorde del reinado de Cristo, porque el Sentido infinito confiere sentido a todas las cosas y con éste también el poder, puesto que en el mundo espiritual – no olvidemos que también el mundo material proviene del Espíritu – el sentido está vinculado misteriosamente con el poder: dónde no hay sentido, no hay poder (ver en Edith Stein, Ewiges und endliches Sein, pág. 403, “Wie im geistigen Leben Sinn und Kraft verbunden sind.”). En la liturgia oriental griega, después de la comunión, el diácono entona: “¡Oh Sabiduría, oh Sentido, oh poder Divino!”, puesto que sobre el altar un milagro tuvo lugar. Esta fórmula litúrgica puede ayudarnos a entender el misterio del reinado de Cristo, en el cual se encuentran reunidas de una manera inefable la Sabiduría, el Sentido y el Poder.


Fuente: “Ideja Kristusa Kralja in sodobno človeštvo”, del libro: Iz dolge vigilije, de Milan Komar, Druzina (Colecc. Sidro), Ljubljana, 2002; publicado originalmente en el semanario Svobodna Slovenija, Buenos Aires, 21 de diciembre de 1978. Traducción del Dr. Estanislao Žužek –dic. 2004 / en. 2005-; las aclaraciones entre corchetes y algunas de las notas pertenecen al traductor.



lunes, 19 de septiembre de 2011

EL FIN DE LA COMUNIDAD POLÍTICA PARA EL AQUINATE: OCHO TESIS

El texto inédito que aquí enlazamos reproduce la ponencia a la XVI Semana Tomista de 1991 del maestro de la filosofía práctica en Argentina, Guido Soaje Ramos.



 
por Guido Soaje Ramos

RESUMEN

Después de un prólogo y de la indicación de algunos presupuestos generales, el autor resume el contenido de su comunicación en las ocho tesis siguientes:

I. El fin de la comunidad política es el bien común político.

II. El bien común político es fin "qui" de la comunidad política.

III. El fin "quo" implica exigitivamente una causación colectiva recta bajo la dirección arquitectónica de la autoridad política.

IV.El bien común político es el mejor de los bienes temporales de las personas individuales (miembros de la comunidad política) -y de los grupos intermedias o infrapolíticos legítimos-.

V. El bien común político es el principio regulativo del orden político interno.

VI. El bien común político es el fin del orden jurídico interno del Estado.

VII. El bien común político es principio regulativo del orden económico.

VIII. El bien común político se subordina a Dios, Bien Común sagrado y trascendente.

El autor aclara, desde el principio, que en su comunicación se ciñe al pensamiento del Aquinate mismo.

viernes, 24 de junio de 2011

UNA CARTA DEL MAYOR TEÓLOGO MORAL TOMISTA DE NUESTROS DÍAS

Entre 1994 y 1998 sostuvimos un enriquecedor –y, para nosotros, honroso y gratificante- intercambio epistolar con quien ha sido el más profundo moralista tomista de las últimas décadas, y una figura significativa para la entera tradición moral tomista desde Sto. Tomás: Servais Pinckaers, OP. Teníamos entre manos en aquel momento un proyecto de tesis doctoral (que después abandonamos para dedicarnos de lleno a la filosofía política). Ese proyecto de tesis suponía la investigación de si la lex naturae es ley de la naturaleza humana o ley de la razón; más concretamente, si la naturaleza humana, a través de las inclinaciones naturales, se hace o no presente -en decisiva línea de fundamentación (material)- en los preceptos de la ley natural. O, más radicalmente aun, planteábamos: incluso en la concepción de la ley natural misma ¿debe afirmarse un anclaje de la formalidad práctico-operativa en la teórico-entitativa? Así parece pensarlo el propio Sto. Tomás: “secundum igitur ordinem inclinationum naturalium est ordo praeceptorum legis naturae” (S. Th., I-IIae., 94, 2). Pero no los más conspicuos representantes de la “New Ethical Natural Law Theory”, como G. Grisez, M. Rhonheimer y J. Finnis. Tal problema se vincula con la cuestión que todavía hoy agita intensamente a la filosofía moral tomista, cuestión que descansa, en última resolución, en el rechazo o la aceptación de la tesis clásica y tomista de la subalternación de la ética a la antropología, según se otorgue o no validez al género de objeciones que apelan a la denominada “falacia naturalista”. Nuestro proyecto no pretendía terciar explícitamente en la polémica que ha tenido por protagonistas (por sólo citar a los más renombrados) a L. Elders, H. Veatch, R. McInerny, F. Lamas, de un lado, y a J. Finnis y G. Grisez, de otro. Tampoco buscaba dirimir el estatuto epistemológico de la filosofía moral. Se planteaba, sí, probar que el conjunto de la moral de Sto. Tomás –y, en particular, su doctrina de la ley natural- no prescinde, antes al contrario, de la fundamentación teórico-antropológica. A tal idea, el P. Pinckaers nos respondió, en una de sus cartas, con un texto que excede el mero juicio aprobatorio respecto de nuestra posición. En efecto, Servais Pinckaers se extendió en una fértil y medular puntualización de los principios de su tomismo genuino, aquél que le valió a Las fuentes de la moral cristiana la calificación de “obra maestra” por Guido Soaje Ramos (Ethos, 14/15, 1986-7, p. 286), encomio que el maestro argentino gustaba repetir cuando conversábamos sobre el “ilustre teólogo”, como él lo llamó:





viernes, 10 de junio de 2011

EL CONSTITUCIONALISMO COMO EXPRESIÓN JURÍDICO-POLÍTICA DEL LIBERALISMO

"...El poder constituyente de la comunidad es la auténtica clave de bóveda para comprender la vinculación entre Estado, poder y derecho. Se trata, en efecto, como lo ha llamado el iuspublicista contemporáneo E. –W. Böckenförde, de un “concepto límite” . (La lograda expresión  forma parte del título de su obra Die Verfassunggebende Gewalt des Volkes. Ein Grenzbegriff des Verfassungsrechts (Frankfurt, 1986), uno de los principales estudios contemporáneos dedicados a nuestra tema.)

Con todo, la cuestión del poder constituyente, lanzada con ese nombre al ruedo de los grandes temas del orden político y jurídico en tiempos de la Revolución francesa, dista de estar dilucidada. No se trata de que no haya sido objeto de numerosos y también calificados estudios; sino de que, sin duda alguna, la determinación misma del sentido de los términos de la locución, en particular de uno de ellos, ofrece espinosas aristas y no puede ser aceptado unívocamente. Nos referimos al término “constitución”.

Un equívoco a despejar

En ese origen histórico de la respectiva locución yace, precisamente, un escollo importante en el tratamiento del tema, toda vez que el estudio de la constitución ha quedado prácticamente monopolizado por la corriente teórica denominada “constitucionalismo”, dentro de la cual, en tiempos de la revolución, cobró especial relevancia la cuestión del poder constituyente (“poder constituyente del pueblo / o de la nación”). El constitucionalismo, sobre todo en aquella época fundacional, rezumaba una fuerte impronta racionalista. Ella, en el plano de la ontología del Estado, ha tenido como uno de sus ejes una explícita o implícita absorción de la realidad social y política por la arquitectura –en Kelsen ya será directamente geometría- de la norma constitucional, abstracta y rígidamente moldeada según las valoraciones de la ideología liberal y burguesa. El constitucionalismo pasó a ser la doctrina oficial legitimante de las dos grandes revoluciones que habían pretendido fundar un “novus ordo seclorum”, la norteamericana y la francesa. El tema del poder constituyente quedó, pues, fuertemente asociado a tales presupuestos ideológicos e históricos, y teóricamente absorbido por la dogmática constitucionalista del constitucionalismo, signada por la reducción de todas las esferas sociales a la de la norma, entendida en clave racionalista. De allí que cuestiones que atañen tan esencialmente a los fundamentos del orden político, como la constitución y el poder constituyente, hayan sido tradicionalmente enfocadas desde una perspectiva exclusivamente jurídica por los especialistas en derecho constitucional (adscriptos, en mayor o menor medida, al constitucionalismo clásico). No obstante, algunos filósofos políticos y teóricos del Estado (animados, en tanto tales, de la intención de bucear hasta los fundamentos y trascender el plano jurídico-positivo) se han ocupado de esas cuestiones buscando no retacearles su rica comprehensión política. Recordemos, entre otros, a Juan Vásquez de Mella, Maurice Hauriou, Hermann Heller, Carl Schmitt, Rudolf Smend, Manuel García-Pelayo, Arturo E. Sampay. Y cabría en este lugar señalar de pasada un hecho por demás sugestivo. La primera mitad del s. XX –cuando coexistían las más variadas tendencias doctrinales: pensamiento católico (bajo la forma tradicional del iusnaturalismo aristotélico y tomista), voluntarismos decisionistas, marxismo revolucionario y liberalismo- conoció una época de proverbial interés científico para la teoría del Estado y de la constitución. Por el contrario, nuestra época transita por un período de pesante homogeneidad teórica, en que cada vez se discuten menos los principios fundamentales de la cosmovisión liberal.

Esa apropiación de la constitución como objeto teórico por parte del constitucionalismo se echa de ver hoy tanto como ayer. Así, por poner un ejemplo, Néstor P. Sagüés comienza su Teoría de la Constitución (Bs. As., 2001., cap. I.) con una extensa caracterización del constitucionalismo, es decir que el tema de la obra aparece como subsidiario de una determinada concepción teórica; es como si la realidad político-jurídica de la constitución hubiese sido creada por el constitucionalismo. Tal reducción de la perspectiva de abordaje afecta también, por lógica consecuencia, a nuestro tema específico. En su citado trabajo sobre “El poder constituyente”, Nicolás Pérez Serrano identifica su objeto de estudio con el “poder extraordinario llamado a dictar ex novo o por reforma una Constitución moderna, democrática, escrita y rígida, siguiendo la pauta francesa” (subr. original) (Cfr. Escritos de Derecho Político, Madrid, 1984, t. I, p. 260, n 4). Si se aceptan parámetros como éstos a pie juntillas, la república romana o el imperio británico –por sólo poner dos ejemplos- no habrían tenido una constitución político- jurídica ni un poder constituyente dignos de estudio..."

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Tomado de S. R. Castaño; Principios políticos para una teoría de la constitución; Ábaco, Buenos Aires 2006. Cfr. Rivista internazionale di filosofia del diritto; 2007 n. 1.

sábado, 12 de marzo de 2011

¿ES EL BIEN COMÚN UN CONJUNTO DE CONDICIONES? (III)

EL VALOR DEL BIEN COMÚN: TESTIMONIO DE PATRIOTA ALEMÁN

En un anterior post habíamos señalado las consecuencias atomísticas y nominalistas que se seguían de la adopción en sede filosófica de la definición del bien común como conjunto de condiciones para el bien de la persona, y de otras similares. Antes, en el primer post, habíamos recordado que esta formulación errónea –errónea en la rigurosa formalidad a que están obligados los filósofos del derecho y de la política, y de la práxis en general- había surgido precisamente del seno de la filosofía práctica, desde donde después se extendió a otros ámbitos (y nótese hasta qué punto esto enseña al filósofo su deber de contribuir en tanto filósofo al acervo sapiencial común con aquella independencia de criterio indispensable para el servicio a la verdad). Asimismo habíamos indicado cómo la noción de fin cui, en referencia al bien común político, permite poner de relieve la naturaleza humana de este bien sin por ello convertirlo en un medio del fin individual. Nos enfrentamos, entonces, con una cuestión sobre la cual la razón natural posee plena competencia para expedirse, y a cuyo respecto la tradición clásica y cristiana de Aristóteles y Tomás de Aquino indica un camino de investigación seguro, es decir, acorde con la realidad objetiva. En este tema resultan de consulta indispensable, ante todo, L’humanisme politique de St. Thomas d’Aquin, de Louis Lachance, el mejor libro de filosofía política tomista que se haya escrito, traducido en 2001 por EUNSA, en la edición del Prof. Juan Cruz, de la Universidad de Navarra; así como la más completa y rigurosa exposición del tema del bien común aparecida hasta hoy: Analisi del bene comune, Roma, Bulzoni, 1979 y 1988, del argentino Avelino M. Quintas, discípulo de Julio Meinvielle.
Luego, insistimos, se halla al alcance del conocimiento humano natural la impugnación de la idea de que la comunidad política y su bien común serían instrumento y medio de los bienes de la sumatoria de los individuos. Y esas verdades -tal vez con mayor patencia aun- se le manifiestan al hombre que quiere ya no especular sobre el bien humano sino concretarlo en su vida personal, a partir del conocimiento de los principios de la ley natural (en el caso de los principios primarios, de aprehensión inmediata y asequibles a todo individuo adulto y sano). Por ello para el apetito rectificado por los principios de la ley natural la patria no es un instrumento, ni un medio (pues el bien de la patria, como ha dicho el Aquinate erguido sobre la tradición griega y romana, es el bien común político bajo la formalidad de principio de nuestro ser: S. Th., II-IIae., 101, 3 ad 3um). Así como tampoco deviene instrumento o medio en perspectiva religiosa: lo que un creyente podría lícitamente sostener, sí, es que ella debe ser un camino hacia Dios para todos sus miembros y habitantes, mas no que la patria está a su servicio y al del resto de los individuos.


A manera de remate de estas reflexiones, vaya entonces, justamente, un testimonio autorizado. Con una autoridad fundada en la virtud y en la verdad -existencialmente asumida-.

La bomba del asesinato del rey de Serbia estalló en medio de nuestra pacífica vida estudiantil. Aquel mes de julio estuvo transido por la pregunta: ¿habrá una guerra europea? Todo era como un presagio de que se estaba gestando una tormenta tenebrosa. Pero no podíamos hacernos a la idea de que iba a ser una realidad. Los que han crecido en la guerra o después de la guerra no pueden ni imaginarse aquella seguridad en la que creíamos vivir hasta 1914.
La paz, la tranquila posesión de los bienes, la estabilidad de las relaciones cotidianas, constituían para nosotros como un inconmovible fundamento de la vida. Cuando, finalmente, percibimos que se acercaba inexorablemente la tempestad, todos intentamos atisbar con claridad el proceso y el desenlace. Una cosa era segura: se trataba de una guerra distinta a las anteriores. Una destrucción tan horrorosa no podía durar mucho tiempo. En unos meses todo habría pasado.
‘Ahora mi vida no me pertenece’, me dije a mí misma. ‘Todas mis energías están al servicio del gran acontecimiento. Cuando termine la guerra, si es que vivo todavía, podré pensar de nuevo en mis asuntos personales’.
Al día siguiente, domingo, fue la declaración de guerra. Rose vino a saludarme. Por ella supe que se preparaba un curso de enfermeras para estudiantes. Inmediatamente me inscribí, y a partir de ese momento iba todos los días al Hospital de Todos los Santos [...].
Por parte de mi madre [el padre de quien escribe había fallecido en su niñez] encontré una fuerte resistencia. Yo no le dije ni una palabra de que se trataba de un hospital de contagiosos. Ella sabía muy bien que no podría disuadirme con el argumento de que ponía en peligro mi vida. Por ello lo que me argumentó como medio para asustarme fue que los soldados venían del frente con la ropa llena de piojos y que de esto no tendría modo de defenderme. Realmente esto era un tormento al que yo tenía verdadero horror. Pero si los que estaban en las trincheras tenían que sufrir esto, ¿por qué habría de ser yo una privilegiada?
Como estos argumentos incisivos de mi madre no surtían efecto, me dijo con toda su energía: ‘no irás con mi consentimiento’. A lo cual yo repuse abiertamente: ‘en ese caso tendré que ir sin tu consentimiento’. Mis hermanas asintieron a mi dura respuesta [...]”.

Edith Stein

Citado por José Ramón Ayllón, En torno al hombre, Madrid, Rialp, 1996, “Bien particular y bien común”, pp. 151-3 [texto tomado de Aus dem Leben einer jüdischen Familie, en Edith Stein Gesamtausgabe, vol. I, 2002, pp. 243 y ss.].